True Blog Never Dies
Puede que las señales fueran inciertas, pero al final sabéis que cual camión del tapicero en domingo de resaca, al final siempre acabo volviendo al redil.
Hoy hace exactamente un mes que aterricé de vuelta en el País de las Maravillas y desmintiendo aquello (una vez más) de que segundas partes nunca fueron buenas, la verdad es que hasta ahora la experiencia está siendo tan extenuante como increíble. No se pierdan las nuevas aventuras y desventuras de la becaria guiri más dicharachera, próximamente en sus pantallas...
Autopromociones aparte, os pongo un poco al día: sé que como siempre había prometido actualizar antes, pero las estupendas jornadas de 12 horas diarias (de media que no máximo) que gastamos últimamente en mi empresa dejan pocas ganas de vivir y menos de escribir, aunque estés deseando compartir tu dosis diaria de surrealismo con otro ser humano.
Mi estatus en la empresa se ha visto ligeramente modificado y he pasado del "nivel mascota" al "nivel niña", por algo se empieza ¿no? Es por esto que el otro día me llevaron a la primera reunión oficial de la junta de la empresa.
Cuando llegué a la sala de juntas, algunas sonrisas de simpatía, algunas cejas enarcadas en plan "¿quién ha dejado entrar al perro?", mientras que otros simplemente me ignoraron (y es que la práctica de la indiferencia es un arte pero que muy japonés). Yo allí en mi papel de becaria florero intentando camuflarme con el entorno, pero se ve que mi cara de "mobiliario de oficina" no debió de salirme muy lograda porque cuando la reunión estaba llegando a su fin (e ilusa yo creía salir indemne), uno de los jefazos decidió preguntar con sonrisa maliciosa si tenía algo que añadir. Tras un tremendo "¡glup!" y un inspiradísimo"¿quién yooo?" decliné gentilmente la palabra y renové mis esfuerzos de camuflaje, pero el susodicho jefazo no pareció satisfecho y declaró "¡mirad, si se ha puesto roja!" por lo que a continuación toda la junta en pleno se puso a admirar con interés científico el increíble caso de la becaria fosforescente. Alguna mirada asesina se me tuvo que escapar porque mi jefe al día siguiente vino a pedirme explicaciones...
Trabajar en una empresa que promueve eventos de todo tipo tiene la peculiaridad de que nunca sabes exactamente qué esperar de tu jornada laboral. Por ejemplo hoy me han enviado a una oficina exterior porque se celebraba cierta actividad. Pues bien, nada más llegar me he visto vestida de apicultora metida en un criadero de panales rodeada de abejas por todas partes. Después he escapado de tener que disfrazarme de mascota corporativa, pero no de tener que cantar haikus en una plaza rodeada de globos, niños y tipos embutidos en trajes de goma con forma de animalito...sin duda una experiencia mucho más aterradora que todas las abejas juntas.
También he tenido la oportunidad de asistir a mis primeros nomikais o reuniones de gente de la empresa para beber tras el trabajo. A algunos ya os comenté la peligrosa costumbre japonesa de que no escancias tu propio vaso, sino que ha de hacerlo el vecino y tú el suyo. Así que si a mitad de la cena los jefes te llaman a su vera porque tienen ganas de cachondeo, reza lo que sepas porque de esa borrachera no te libra nadie. Si además sumamos que con lo que los japoneses llaman vino tinto nosotros aliñamos ensaladas (va a ser por eso que no he encontrado con qué hacerlo en el supermercado), el resultado es fácil de imaginar. Si resulta que al día siguiente tienes otra estupenda jornada de mil horas con trabajo físico incluido y que la resaca no es una causa de absentismo laboral aceptable (de hecho dudo que en Japón nada por debajo de la amputación de un miembro lo sea), pues efectivamente al día siguiente te quieres morir.
¿Cosas raras que me hayan ocurrido? Más bien cúando no es Pascua...
El otro día entré a cenar en mi barrio a una franquicia de cuencos de arroz con ternera y estaba sentada en la barra esperando mi pedido cuando el chico que tenía al lado me ofreció su sopa de miso porque dijo no necesitarla. Sorprendida y agradecida acepté su ofrenda. El susodicho terminó lo que le quedaba en el cuenco y se marchó. Podría haber sido un final estupendo, pero a los 10 minutos el chico volvió y pidió mi sopa de miso. Sorprendida se la di, él se la bebió del tirón y se volvió a marchar...Y NO, ya he preguntado y me han dicho que no hay ninguna ancestral costumbre japonesa tras eso, a mí que me lo expliquen.
Bueno, ya se me está haciendo tarde y mañana promete ser otro día de intensas emociones.
TO BE CONTINUED
(Imagen cortesía de Nuhn, ¡gracias mil, guapa!)